La noticia regional más importante de los últimos días fue sin duda la decisión de expropiación que tomó el gobierno argentino sobre la empresa petrolera subsidiaria española. En principio considero que una expropiación no es mala ni buena per sé. Sin embargo, dependiendo de las circunstancias, la acción podría calificarse o de beneficiosa [para el Estado] o de estúpida. En el caso de la decisión de Cristina Fernández me parece que el tema iría por lo segundo.
En un breve paréntesis, tratando de recordar posibles casos peruanos en los últimos años, me parece que el Estado debió expropiar (o tal vez confiscar o anular las licencias) los canales de televisión 4 y 5 de Lima, que incumplieron sus contratos al prostituirse con la mafia fujimontesinista. Lo lógico hubiera sido que, habiendo recuperado las licencias indicadas, el Gobierno hubiese convocado a licitación para su uso privado nuevamente.
Regresando al caso argentino, me gustaría tomar como base de análisis las opiniones emitidas por Mario Vargas Llosa. Aprovecharé su columna para lanzar unos comentarios (en rojo) que podrían ser los de cualquier ciudadano de a pie de América Latina.
La guerra perdida ¦ Mario Vargas Llosa
La expropiación del 51% del capital de YPF, propiedad del grupo
Repsol, decidida por el gobierno de la señora Cristina Fernández de
Kirchner, no va a devolver a Argentina “la soberanía energética”, como
alega la mandataria. Va, simplemente, a distraer por un corto período a
una opinión pública de los graves problemas sociales y económicos que
la afectan con una pasajera borrachera de patrioterismo nacionalista,
hasta que, una vez que llegue la hora de la resaca, descubra que
aquella medida ha traído al país muchos más perjuicios que beneficios y
agravado la crisis provocada por una política populista y demagógica
que va acercándolo al abismo.
Parece ser así, el populismo aún en países cultos como la Argentina parece generar decisiones disparatadas e inconvenientes.
Las semejanzas de lo ocurrido a Repsol en Buenos Aires con los
métodos de que se ha valido el comandante Hugo Chávez en Venezuela para
nacionalizar empresas agrícolas e industriales son tan grandes que
parecen obedecer a un mismo modelo. Primero, someterlas a un
hostigamiento sistemático que les impida operar con normalidad y las
vaya empobreciendo y arruinando y, luego, cuando las tenga ya con la
soga al cuello, “quedarse con ellas a precio de saldo”, como ha
explicado Antonio Brufau, el presidente de Repsol, en la conferencia de
prensa en la que valoró en unos 8.000 millones de euros el precio de
los activos de la empresa víctima del expolio. Durante algunos años, la
opinión pública venezolana se dejó engañar con estas “recuperaciones
patrióticas” y “golpes al capitalismo” mediante los cuales se iba
construyendo el socialismo del siglo XXI, hasta que vino el amargo
despertar y descubrió las consecuencias de esos desafueros: un
empobrecimiento generalizado, una caída brutal de los niveles de vida,
la más alta inflación del continente, una corrupción vertiginosa y una
violencia que ha convertido a Caracas en la ciudad con el más alto
índice de criminalidad de todo el planeta.
El valor de la empresa no es motivo de mi comentario porque eso es un asunto bilateral que normalmente es decidido por un tribunal dirimente. Pero lo que sí parece evidente o "transparente" es el ambiente ad-hoc que este tipo de regímenes van creando antes de dar el zarpazo final. Evidentemente Chávez lo ha ensayado, mejor dicho ejecutado, repetidas veces, y por supuesto que es triste, porque Venezuela, con todos los recursos que tiene, debería ser, ahora, una especie de Dubai de América del Sur. El populismo, con bonanza artificial ya se ha vivido en el Perú en términos groseros durante el primer régimen del Apra, entre los años 1985 y 1987 aproximadamente, recordando que llegamos casi a las puertas del infierno en esas épocas. Por eso, en general, los peruanos ante lo que signifique populismo nos ponemos en estado de alerta inmediata (esto particularmente se vio en la elección de Ollanta Humala, ante sus propuestas primigenias).
Desde hace algún tiempo, el gobierno argentino multiplica estas
operaciones de distracción, para compensar mediante gestos y desplantes
demagógicos, la grave crisis social que ha provocado él mismo con su
política insensata de subsidios al consumo, de intervencionismo en la
vida económica, su conflicto irresuelto con los agricultores y la
inseguridad que han generado su falta de transparencia y constantes
retoques y mudanzas de las reglas de juego en su política de precios y
de reglas para la inversión. No es sorprendente que la inflación
crezca, que la fuga de capitales, hacia Brasil y Uruguay
principalmente, aumente cada día, y que la imagen internacional del
país se haya venido deteriorando de manera sistemática.
Esto que indica MVLl en general se lee en analistas políticos y periodistas de tendencias desapasionadas.
Primero fue la guerra contra los diarios más prestigiosos del país, La Nación y Clarín,
con acusaciones y amenazas que parecían preceder su secuestro y
clausura —espada de Damocles que aún pende sobre ellos, pese a lo cual
ambos órganos han mantenido valerosamente su independencia— y, luego,
más recientemente, la resurrección del tema de las Malvinas. En la
reciente cumbre de Cartagena la presidenta Fernández de Kirchner
experimentó una seria decepción al no obtener de sus colegas
latinoamericanos el aval beligerante que esperaba, pues éstos se
limitaron a ofrecerle un apoyo más retórico que práctico, temerosos de
verse arrastrados a un conflicto de muy serias consecuencias económicas
en un continente donde las inversiones británicas y europeas son
cuantiosas. Inmediatamente luego de ese fracaso ha venido la
expropiación de Repsol, el nuevo enemigo que la jefa del Estado
argentino lanza a las masas peronistas como ominoso responsable de los
males que padece el país (en este caso, el desabastecimiento
energético). Mínimas victorias en una guerra perdida sin remedio.
En este párrafo MVLl me parece que junta infelizmente dos temas independientes. Que Cristina Fernández levante justo ahora el tema no le quita legitimidad. La aspiración argentina de soberanía sobre Las Malvinas es perfectamente válida, tal como lo ha confirmado la decisión de apoyo de UNASUR.
En verdad, los males que padece ese gran país que fue Argentina —el
más próspero y el más culto del continente desde fines del siglo XIX
hasta mediados del XX— no se deben a la prensa libre y crítica, ni al
colonialismo británico, ni a las empresas extranjeras que trajeron sus
capitales y su tecnología al país creyendo ingenuamente que éste
respetaría la legalidad y cumpliría con los contratos que firmaba su
gobierno, sino al peronismo, que, con su confusa ideología donde se
mezclan las más contradictorias aportaciones, el nacionalismo, el
marxismo, el fascismo, el populismo, el caudillismo, y prácticamente
todos los ismos que han hecho de América Latina el continente
pobre y atrasado que es. Hay un misterio, para mí indescifrable, en la
lealtad de una porción considerable del pueblo argentino hacia una
fuerza política que, a lo largo de todas las veces que ha ocupado el
poder, ha ido empobreciendo al país, malgastando sus enormes riquezas
con políticas demagógicas, azuzando sus divisiones y enconos,
destruyendo los altísimos logros que había alcanzado en los campos de
la educación y la cultura, y retrocediéndolo a unos niveles de
subdesarrollo que había dejado atrás antes que ningún otro país
latinoamericano. No se necesita tener dotes de profeta para saber que
la expropiación de Repsol va a acelerar esta lamentable decadencia.
En esto sí, tiene razón MVLl, parece haber "un misterio indescifrable".
Lo peor de todo es que el daño que esta injustificada medida
significa no afecta sólo a Argentina, sino a América Latina en general,
sembrando la desconfianza de los inversores sobre una región del mundo
que, desde hace algunos años, ha emprendido en general, con pocas
excepciones, el camino de la sensatez política, optando por la
democracia, y del realismo económico, abriendo sus economías,
integrándose a los mercados del mundo, estimulando la inversión
extranjera y respetando sus compromisos internacionales. Y con
resultados magníficos como los que pueden exhibir en los últimos años
países como Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Perú, buena parte de
América Central y México, en creación de empleo, disminución de la
pobreza, desarrollo de las clases medias y consolidación institucional.
En vez de seguir este modelo exitoso, la señora Fernández de Kirchner
ha preferido enrolarse en el catastrófico paradigma del comandante Hugo
Chávez y sus discípulos (Nicaragua, Bolivia y Ecuador).
Lo indicado al principio del párrafo no parece ser cierto, a decir de especialistas en economía. En otras palabras, cada país baila con su pañuelo. Las inversiones buscan a los países de manera individual; si dos o tres países "se portan con malcriadez" los inversores no se desquitan con los vecinos de dichos países. Por otra parte, en cuanto a América del Sur, parece haber consenso en que Brasil, Uruguay, Chile, Colombia y Perú en términos generales están llevando bien la economía. Paraguay daría una impresión neutral y Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina serían los de las malas notas. Venezuela y Argentina por su populismo agudo, Ecuador por su avasallamiento a la prensa y otros poderes y Bolivia por su dificultad estructural. Me parece que el caso de Bolivia es más complicado porque arrastra más atraso que los demás países y Evo Morales ha tenido que hacer aún ciertas reivindicaciones para la masa históricamente excluída (por supuesto, que ciertas medidas como lo que parececía ser un racismo pro-indigenista se podrían ver como excesos).
Por fortuna, no toda Argentina vive hechizada por los cantos de
sirena populistas del peronismo. Dentro del propio partido de gobierno
hay sectores, por desgracia minoritarios, conscientes del giro anti
moderno y anti histórico que ha venido adoptando el gobierno de la
señora Fernández de Kirchner y de las consecuencias trágicas que tendrá
ello a la corta o a la larga para el conjunto de la sociedad. En la
dividida oposición ha habido en estos días, por fortuna, algunas voces
lúcidas para oponerse a la euforia nacionalista con que fue recibida la
noticia de la expropiación de Repsol, como la del alcalde de Buenos
Aires, Mauricio Macri, quien declaró: “La expropiación nos endeuda y
nos aleja del mundo. En un año estaremos peor que hoy”.
Así parece.
Es un augurio muy exacto. Los problemas energéticos de Argentina no
son la falta de recursos, sino de tecnología y, sobre todo, de
capitales. Como el país carece de ellos, debe traerlos de afuera. Y,
con este precedente, no será fácil convencer a las empresas grandes y
eficientes que vuelquen sus esfuerzos en un país que acaba de dar un
ejemplo tan poco serio y responsable frente a sus compromisos
adquiridos. A Argentina le van a llover las demandas de reparación ante
todas las cortes e instituciones de comercio internacionales y sus
relaciones no sólo con España sino con la Unión Europea, el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, etcétera, se han vuelto
ahora conflictivas. Todo este riesgo ¿para qué? Para gozar por unos
días de la grita frenética de las bandas de piqueteros eufóricos y de
las loas encendidas de una prensa servil. ¿Valía la pena?
No me parece exacto. Como decía al principio, una expropiación es un acto perfectamente válido para un Estado soberano. La pregunta exacta no es respecto a las empresas extranjeras, que no son sagradas por cierto. La pregunta crucial es si le sirve a la Argentina para los fines que persigue supuestamente, esto es, garantizarse el suministro de energía que necesitará a futuro. Evaluando diversas y variopintas opiniones pareciera que no.
Dentro de la América Latina de nuestros días, lo ocurrido con Repsol
tiene un curioso sabor anacrónico, de fuera de época, de reminiscencia
rancia de un mundo que ya desapareció. Porque, la verdad es que, de
México a Brasil, aunque haya todavía enormes problemas que enfrentar
—entre ellos, los principales, los de la corrupción y el narcotráfico—
parecía ya superada la época nefasta del nacionalismo económico, del
desarrollo hacia adentro, del dirigismo estatal de la economía que
tanta violencia y miseria nos deparó. Parece mentira que tan horrendo
pasado resucite una vez más y nada menos que en el país de un
Sarmiento, un Alberdi y un Borges, que fueron, cada uno en su tiempo y
en su campo, los adalides de la modernidad.
Para la mayoría de países, es cierto, este tipo de expropiaciones son anacrónicas, no por ilegales, sino por ineficaces. Además, en lo posible, un país moderno, es cierto, parece que debería transitar por una economía abierta hacia el mundo. En Argentina hay por lo menos una señal de alerta: el tipo de cambio del mercado negro es bastante más alto que el oficial. Entonces, aún para los defensores del régimen actual, es obvio que hay algo que no anda bien.
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© Mario Vargas Llosa, 2012.
Enlaces:
El artículo original de Mario Vargas Llosa en El País
YPF: una historia de modales e intereses (en El País)
El error argentino (en El País)
¡Alto!, ¡el petróleo o la vida! (en El País)
Petróleo (Guillermo Giacosa en Perú21)
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