viernes, septiembre 16, 2011

Un día en el que fuimos absolutamente felices

La felicidad existe en dosis medidas. Eso creo que ya todo el mundo lo sabe a estas alturas del siglo XXI. Ciertos momentos de felicidad quedan grabados imperecederamente en nuestras mentes. Uno de estos, en mi caso, ocurrió hace once años, en septiembre del 2000. Ese día se casaba un amigo (el día más feliz de su vida quizá). Pero no fue tal matrimonio mi motivo feliz. Ese día, después de todas las ocurrencias que removieron políticamente al país a finales del siglo XX, el presidente Fujimori anunciaba la convocatoria a nuevas elecciones sin su participación.

Los últimos años del siglo pasado el país se había hundido en una corrupción sin precedentes y muchos de los ciudadanos que no vivimos una época universitaria rebelde tuvimos la oportunidad de participar de algún modo, siquiera simbólicamente, en el lado que se oponía a los desmadres de la mafia enquistada en el poder. Fue una época donde estaba suscrito a una lista activa de opositores al régimen. Fue una época donde bombardeaba brutalmente -ahora reconozco que esta forma es por lo menos estúpida- con mensajes electrónicos y faxes a mis allegados fijando posiciones opositoras. Fue una época donde influí a algunas personas de mi entorno: compraron El expediente Fujimori (de Sally Bowen) que yo ya estaba leyendo. Fue una época en la que me negué a ir a votar a una caricatura de elecciones. Fue una época en la que compré unas latitas de atún y alguna bolsita de algo más para llevarla a una de las carpas (frente al cine Roma) habilitadas para los participantes de provincias de la Marcha de los Cuatro Suyos. Fue una época en la que estuve en la Historia, en el Paseo de la República en la Marcha de los Cuatro Suyos.

Regresando a septiembre del 2000, el matrimonio de mi amigo fue el sábado 16. Estábamos en plena fiesta cuando de pronto alguien entró al local y dijo "Fujimori está hablando". En ese momento muchos salimos al estacionamiento y prendimos las radios de los carros. Allí escuchamos la convocatoria a prontas elecciones. La gente estalló en júbilo. Si mal no recuerdo en ese momento fui a una tienda cercana y desde un teléfono público llamé al celular de mi madre y le dije "¡Lo logramos!" (bueno, era refiriéndome a la posición de los demócratas que repudiamos al régimen cleptocrático). Regresamos a la fiesta y todo se notaba más luminoso, más alegre, más feliz.

Después de compartir un tiempo en la reunión con mis compañeros de trabajo decidimos con mi novia de aquella época retirarnos para echar un vistazo al ambiente en la ciudad. Entonces, desde La Molina, partimos rumbo al centro de Miraflores. El Parque Kennedy se había convertido en multitudinaria reunión de jóvenes felices. Pasamos con el carro y nos hacían "Ole" con unas banderas. Era un bullicio bello. Parecía que era nuestra Caída del Muro (de Berlin). Estábamos viviendo un momento de historia pura donde la democracia había vencido al autoritarismo de una manera impecable.

Luego, nos fuimos por la avenida Arequipa rumbo al Centro. Toda la gente en las esquinas nos saludaba con rostros de felicidad con los brazos en alto. Parecía el ambiente que se daba cuando la selección peruana clasificaba a algún Mundial. Nos dirigimos a la Plaza de Armas y con terno y con vestido de noche bajamos al medio de la plaza: habían jóvenes bailando y cantando al son de grupos que tocaban música andina.

Ya despúes de haber visto en vivo el sentimiento colectivo de goce de la gente nos fuimos pensando que le habíamos sacado el concho a un día que quedaría señalado para la posteridad. Día 16 de septiembre del 2000: un día donde fuimos absolutamente felices.

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