viernes, septiembre 10, 2010

La feria de la comida

Este año decidí ir a la feria gastronómica Mistura por primera vez. Supe de los tumultos los años pasados pero esta vez la organización ya se veía consolidada y mucho más fluida. De todos modos previendo que el fin de semana eso estaría pobladísimo compré las entradas para el día siguiente a la inauguración. Esto a su vez implicaba tomar un día de vacaciones.

Como buen augurio de disfrute tuve la suerte de ganar la semana anterior un paquete de DVDs+guía que uno de los principales auspiciadores, el BBVA, ofrecía por un concurso en Internet. En realidad el banco ha estado promocionando el tema gastronómico con una fuerza inusitada desde bastante antes.

El miércoles, pasada la una de la tarde, estuve en la feria. Mi idea era probar platos o restaurantes nuevos. Arranqué con un tacu tacu con picante de mariscos de Tato, famoso restaurante de Barranca. Luego siguieron dos tipos de makis de Maido, en uno de los cuales se usa un soplete para gratinar. Probé también pulpo en la sección de España, este plato llevaba además papa, aceite de oliva y páprika. Poco después y sin poder evitar una espera de poco menos de una hora fue el turno del chanchito de la Caja China.

Claro que todo no es comer, la idea es culturizarse más sobre gastronomía. En la sección de pan de todos modos recibimos panes de obsequio y la gente hacía cola para comprarlos. Hicimos también recorridos por los stands diversos que muestran novedades. Pero sí, las novedades siempre acompañadas de degustaciones. Ya en el stand del café la cola más larga indicaba algo: era el mejor café del mundo, el premiado Tunki con su protagonista principal, llegado ese mismo día desde Sandia (Puno) con su familia. Lógico, tomé el mejor café. Después del café fuimos rumbo al stand del chocolate. Da gusto que algunos (aparte de La Ibérica) ya han puesto manos a la obra para hacer chocolates de primerísima.

En la noche fuimos por canelones rellenos de ají de gallina del Charlotte y arroz con pato del Fiesta, reputado ahora como el más-más en comida chiclayana. A propósito de esto, este stand fue diferente pues fue construido un mini restaurante para que seis personas (previa reserva) pudieran gozar de la comida comprada ahí con la atención de un restaurante de lujo. Inclusive el vino se brinda de cortesía.

Afuera, la cena en mi mesa fue acompañada con el pisco sour más reputado de la feria, el de Huaringas, aunque fue en este caso elegida una variación, el sauco sour. Terminando esto fuimos al stand del mercado y pudimos ver tipos de papas de los más extrañas así como producciones de muchísimos insumos variadísimos de todas las regiones del país. Antes de salir finalmente pasamos por un carrito que vende mazamorra y arroz con leche. Yo pedí el envase solo de mazamorra por mi negación de nacimiento al arroz con leche. Estaba bien hecha. Es de los carritos que están normalmente en el Parque Central de Miraflores.

Al procesar toda la información en la cabeza pienso que nuestro actual desarrollo en el rubro gastronómico parece del tipo de desarrollo general de un país escandinavo: el acomodado pide chanfainita en un puesto-carretilla y el poblador popular está haciendo cola para pedir un plato en el mejor chifa o en el restaurante más glamoroso. Todos están (estamos) mezclados por doquier: las diferencias han desaparecido por arte de magia. Nos cruzamos con diversas personas y preguntamos por los platos que comen: qué es, dónde se compró, qué tal está y lo mismo, nos preguntan, nos comentan, nos informan, nos datean espontáneamente. Además la gente degusta con una autoridad impresionante: a la señora que compartió una mesa le pregunté -¿Qué tal está la paella? -Nada del otro mundo. El conocimiento sigue increscendo de forma impresionante. El contagio parece generalizado. Los campesinos otrora desamparados parecen querer imitar a sus pares que encontraron su ingreso triunfal al mercado.

La vez pasada leí un artículo de Mirko Lauer sobre el retroceso de la comida francesa en el país. Parece mentira. El lomo saltado, el tacu tacu, la carapulcra han prácticamente desaparecido el afrancesamiento huachafoso de la cocina gourmet peruana (y pensar que Astrid & Gastón así empezó). Hasta el paté francés que compré la vez pasada como delicatessen fue despreciado por el gusto familiar de casa. Debo admitir que me dio mucho gusto, a pesar del gasto.

Por ahora no he podido encontrar el artículo referido de Lauer pero (¡oh casualité!) justo hoy también escribe sobre el tema:

Por el momento el impacto más fuerte quizás no sea en los negocios sino en la cultura: Aníbal Quijano ha hecho notar que no hay registro de un entusiasmo que haya convocado a tantas clases sociales, regiones y grupos culturales en el país como el de la gastronomía en estos años.

Enlaces:
Mirko Lauer I / Mirko Lauer II
Apega
El video del café Tunki del BBVA
No hay lucha de clases en la gastronomía

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