lunes, enero 31, 2011

Navegando en la modernidad

Según Rolando Arellano, para el márquetin es mejor trabajar con los seis grupos que él identifica en la sociedad: sofisticados, progresistas, modernas, adaptados, conservadoras y resignados (antes que A, B, C, D y E). Como de costumbre, yo considero que el equilibrio es lo adecuado: ni ser un yupi sofisticado frívolo ni ser un adaptado reaccionario ni ser un progresista desaliñado.

Teóricamente el sofisticado estaría siempre en la cresta de la moda, sobretodo tecnológica: es el tipo que carga su esmarfón, tiene su tablet-PC, compra música en una página tipo Amazon.com, compra cupones a través de una página tipo Groupon, hace colas (huachafamente) para entrar a un local cuando recién se inaugura tipo Picas (Barranco) y va a las discotecas y restaurantes de Asia (playas).

El estudio del autor sobre los progresistas explicaría por qué muchos de ellos visten con ropa de Gamarra, tienen sus casas sin tarrajear y en su interior puede aparecer el refrigerador en la sala.

El adaptado vendría a representar al habitante tradicional que vive en un barrio tradicional que usa un carro tradicional y que tiene costumbres tradicionales (visitar a los padres los domingos, celebrar el quinceañero de la hija, casarse en vez de convivir, reunirse continuamente con la familia extendida). Se interesa mucho en la política; de este modo podrían considerarse como menos superficiales que los sofisticados.

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Este servidor en 2003 ya reservaba hoteles y hostels por Internet. También compraba un pasaje aéreo (sorprendentemente se podían encontrar vuelos a 35 euros de una capital europea a otra) y también compraba discos a Amazon.com y a alguna página similar. Además ejecutaba transacciones bancarias por Internet. Antes, en 1990 traía desde Tacna un lector de CDs (un medio nuevo en esa época en Lima). En 2010 fui de los primeros en la ola cuponística (tipo Groupon) que ahora es la moda de consumo. Retrospectivamente esos comportamientos-al-son-de-la-tecnología parecían, de alguna manera, vanguardistas.

Pero no hay que alocarse por cada objeto nuevo que aparece en el mercado. Algunos requieren un tiempo de maduración y algunos necesitan de "conejillos-de-indias" (o sea, yupis que compran los objetos tan pronto salen al mercado, que luego nos brindan la experiencia ajena). Por ejemplo, fui totalmente escéptico con el Windows Vista que pasó sin pena ni gloria. Sin embargo hubo los voluntariosos que probaron el fracasado sistema operativo. Ahora, tal como algunos fotógrafos que veneran las cámaras analógicas conservo una máquina con el viejísimo Windows 98 (eso sí, se le ha sacado el concho in-extremis; ya los antivirus, los nuevos navegadores de Internet o las nuevas hojas de cálculo no lo soportan). La antigüedad ha sido clase pero ya estamos en un punto donde la clase choca con la operatividad fluída, a pesar de que escribo esto en la viejita Compaq Deskpro. En otro rubro, el sucedáneo (no obstante con los días contados se prevé) del DVD es el Blu-Ray, reproductor que no pienso adquirir. En cuanto a las redes sociales, hace un año me suscribí a una de ellas por un asunto concreto (contactar con una persona) y luego he permanecido porque -si bien ha sumido a los jóvenes en la banalidad- permite manejar fotografías. No me he suscrito a la otra red famosa porque no le encuentro sentido (por ejemplo Calamaro vociferó que sus seguidores se la metan al culo).

Para finalizar, se podría mencionar que hay cosas que algunos creen que son modernas cuando en verdad las hay más recientes aún: eso por ejemplo creo que sucede con los supermercados. Mientras algunos creen que están en la cima de la modernidad comprando en un vulgar supermercado, la postmodernidad (influida por nuestra gastronomía) indica que la moda va por visitar un buen mercado tradicional para comprar "con clase y estilo"; por supuesto que hablamos de mercados con rancia tradición como el de Surquillo o el de Magdalena.

1 comentario:

Luis Sotomayor dijo...

Hace no mucho me encontré con estos "descubrimientos". Al principio me molestó, pero luego caí en la cuenta que estas etiquetas no son calificativos, no representan necesariamente juicios de valor, por lo que el estudio de Arellano lo comencé a ver con otros ojos más utilitarios para mi gusto.