sábado, febrero 13, 2010

Pero era bruta

A los 17 años los enamoramientos hacen que las ilusiones sean como potentes faros que enceguecen. Pasa que en ciertos casos el enceguecido es uno mismo.

Ella era alta y esbelta. De bella sonrisa (las chicas de casi 17 siempre tienen bellas sonrisas). Pero de buenas a primeras desapareció de la academia preuniversitaria. Luego de que desapareció se me ocurrió que me gustaba. Además se me ocurrió pensar en ella como pareja para la recordable fiesta de promoción. Pero luego de desaparecida lo único que sabía era el colegio en el que estudiaba, mejor dicho sólo sabía el nombre del colegio. Tratando de llegar a ella directamente pregunté su dirección a la Dirección de la academia. Pero no aceptaron en dármela aún cuando dí algún tonto pretexto. Entonces días o semanas después logré encontrar en las Páginas Blancas o en unas páginas rosadas adjuntas la dirección de su colegio. La oportunidad para acudir al encuentro llegó un día en el que había pedido permiso en el colegio para tramitar mi boleta militar. Luego de haber realizado los respectivos trámites regresé al colegio para alguna rutina pero volví a salir aduciendo que estaba de permiso. Y entonces fui rumbo al colegio de ella. Ya habían pasado semanas y hasta un par de meses de no verla y yo no sabía si ella recordaría quién era yo.

Entonces me quedé en la vereda del frente esperando a que las alumnas salieran, rogando que ella también estuviera en el grupo. Finalmente apareció y subió a un microbús y yo también subí por la puerta de atrás suponiendo que no me había visto. Después de unas quince cuadras de recorrido ella bajó y yo también por supuesto, guardando distancia. El momento del abordaje llegaría en unos metros. Apurando el paso le di alcance y le dije "Hola, cómo estás, ¿te acuerdas de mi? De la academia....". Y así caminando unas pocas cuadras llegó la oportunidad de pedirle que me acompañe a la famosa fiesta. Ella me dio su numero de teléfono y me dijo que la llamara en una semana: iba a pedir permiso (bueno, eso dijo).

Luego de una semana, con ansiedad, llegó la llamada. Pero hubo malas noticias: no le daban permiso. La desilusión se apoderó de mi y tuve que ver por otros lares a mi acompañante.

Al menos ya tenía algún contacto con ella por medio del teléfono (aún cuando habría de hablar en alguno de los pocos teléfonos-con-rin de Lima o desde un teléfono alquilado en una juguería). Sabía que ella postularía a Arquitectura en el verano que se avecinaba. Llegó el examen. Yo ingresé. Ella no. Otro semestre más. Otro intento. Tampoco ingresaría. Recién a la tercera ella estaría en la universidad. De alguna manera mantendría mi interés por ella, aún sabiendo que era (por lo menos) un poco bruta. Aunque de todo esto se podría concluir que yo era más bruto todavía.

Cierta vez en época de vacaciones nos encontramos en el campus. De regreso tomamos el mismo ómnibus y conversamos bastante. No recuerdo si fue esa vez en la que quedamos en ir al cine (otro día). Pero se dio. Y finalmente fuimos al cine a ver Carmen (de Carlos Saura) al Bijou (que aún no era hediondo). A la salida ella no aceptó ir a tomar un café sino regresar a su casa. Supuestamente por mi insistencia solamente había aceptado ir al cine. Hubo algunas conversaciones más y con algún desplante de ella terminó la historia (momentáneamente).

Años después en una empresa en la que trabajaba recibí un correo electrónico en el que ella aparecía en copia. Así que le escribí un mensaje-e preguntándole si ella era ella. Efectivamente era así, de acuerdo a la única respuesta que me dio (sólo respondió el primer mensaje). Todo quedó allí. Pero como el destino es travieso, llegué a trabajar a la empresa donde ella ya laboraba tiempo atrás.

Pero la perspectiva cambia. Y no sólo la perspectiva. Las personas cambian. Ahora ella no es de bella sonrisa. Al contrario, es agria, malgeniada y hasta amargada. No sé si habrá mejorado sus gustos pero ya no usa por ejemplo aditamentos como los zuecos que me gustaba verle en las épocas juveniles. Lo que sí supongo es que es un alivio no compartir con ella su malhumor presente. El destino (eso le gusta decir a mucha gente) me libró de llegar a concretar una relación amorosa con la susodicha.

A ella no le llegué a escribir cartas de amor (aunque creo que le dejé una tarjetita en los tiempos juveniles -ya ni me acuerdo-). Pero no hay que tener miedo de escribir cartas de amor. Las cartas de amor son cursis, regalar peluches es muy cursi (bueno eso no lo hice con ella, sí con otras). El embobamiento que trae el amor es natural (por eso Eva Ayllón dice que estaba bien sin enamorarse: "me pongo estúpida" dijo alguna vez en una entrevista). Sin embargo, no hay que tener temor a lo cursi porque eso puede ser más cursi aún.

El poeta Fernando Pessoa tiene un poema delicioso y a la vez contundente al respecto. Nadie se salva:

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.

Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).

P.D.: Oe' Doctor G. recuerdo que una vez saliendo de la universidad la fui a ver cuando llegaba de su nueva academia preuniversitaria; luego pasé por tu casa para ver la mitad del histórico partido Alemania-Francia (España 82).

1 comentario:

Doctor G. dijo...

(Y como diría Peter Pan):

...carambas, carambitas, carambolas, Batman! Ya te iba a escribir un comentario por tu nostálgica entrada, y me encuentro con tu simpático "P.D." al final de la nota.
Creo que nunca nos contaste ese detalle de la "chica de los zuecos" aunque recuerdo vagamente aquella reunión de la que hablas.
Enhorabuena que no la puediste atrapar. La vida sería muy triste al lado de una persona gruñona e infeliz con la vida o consigo misma. Creo que las buenas y malas experiencias son necesarias para el creciemiento personal. Y como dijo Chopra: "las experiencias que tengo en este momento son las que necesito para poder evolucionar."

Saludoxxx