miércoles, agosto 21, 2013

Experiencias de un empadronamiento

Una canción de Rubén Blades dice

Fueron nueve meses de angustias e incertidumbres y
hoy es el momento cumbre
por fin ha empezado el show

Parafraseánsolo, podría escribir

Fueron seis semanas de angustias e incertidumbres
hoy es el momento cumbre
por fin ha terminado el show

Aunque no es tan justa la frase para ser honesto. Revisando el balance puedo decir que me divertí un montón y aprendí bastante sobre cierta porción de la sociedad limeña, no obstante de que todo trabajo siempre tiene procesos antipáticos.


Para comenzar, el proyecto no comenzó bien para mi. De las tres personas que tuve asignadas para el proyecto una no se presentó a iniciar actividades (a pesar de que en la víspera me dijo que necesitaba el trabajo). Una segunda persona, mujer de mediana edad, trabajó conmigo dos días y medio. Casi tan pronto como empezó tuvo una afección de faringe y la falta de química entre ella y yo y la presunción de que el trabajo no le sería tan sencillo como se había imaginado hizo que se aburriera y renunciara (a estas alturas, cuando ya todo culminó, lo agradezco). Entonces, por una semana prácticamente, sólo trabajé con una de las chicas (a la que llamaré la 196). Después, mi equipo fue completado por dos nuevas chicas (la 197 y la 198), que trabajaron magníficamente, conformando un trío de empadronadoras muy capaces.

Luego de la capacitación correspondiente comenzábamos en vivo y en directo el recorrido en campo, es decir, las visitas a las viviendas. Éstas abarcaron diez manzanas de un distrito limeño. Durante los días de recorrido era evidente que íbamos a acumular muchas anécdotas, propias y también compartidas por miembros de otros grupos.

Un recorrido previo nos advertía de que íbamos a enfrentarnos a viviendas localizadas en edificios, quintas y con puerta de calle y uno que otro caso especial. Me sorprendió encontrar mayoritariamente en las personas un ambiente positivo de receptividad, lo cual no excluye los casos dificultosos que se presentaron.

Haciendo un recorrido mental de lo que recorrí a pie con mis empadronadoras puedo recordar algunos casos:

  • La señora que nos atendió con sus hijas pequeñas. Éstas seguían muy atentas las respuestas de su mamá al cuestionario. Cuando se le preguntó por el idioma materno que aprendió una de las niñas, ésta también respondió diciendo "Pero también sé inglés. Escuchen: " 'my teacher', 'good morning'...".

  • La señora mayor que desconfiaba de los extraños. Cierta noche ubicamos a la moradora en su casa. Se le notaba un poco fastidiada paa atender la entrevista, pero ante la insistencia de una de las chicas le dijo "Bien, te voy a responder, pero pasa tú sola". Así que yo me tuve que quedar esperando en la calle un cuarto de hora más o menos.

  • La mujer que entró en paranoia al terminar la entrevista. Un día, ya comenzando la tarde una de las chicas me llamó para contarme de que una mujer le había retenido la ficha al finalizar el cuestionario. La persona había entrado en crisis al preguntarse para qué se requerían tantos datos; el ánimo paranoico que se apoderó de ella hizo que sospechara de alguna conducta non-sancta. Ante dicha situación fuimos al edificio respectivo y toqué el timbre, sin que me atendiera nadie. Lo mismo hice el 28 y el 29 de julio (cada día dos veces). El día 30 ante la intención de volver a tocar el timbre el vigilante me dijo que la mujer ya había entrado en razón y le había pedido que regresase la empadronadora para devolverle el formulario.

  • El jefe de familia que expulsó a la empadronadora. La entrevista se llevaba tranquilamente con la cónyuge del susodicho. Cuando se le requirió por los números de documentos la señora lo llamó por celular para preguntarle sus datos. Parece que al señor le molestó que la señora nos hiciera ingresar a su domicilio pues la alertó con temas de seguridad (credenciales, logotipo usado en la ficha, uniforme). Ante esto nos despidió rápidamente, aunque comprometiéndose a recabar los datos faltantes en un día posterior. Cuando regresó en otra fecha la empadronadora, el jefe de familia, ahora sí presente, le dijo en tono de energúmeno que no le iba a proporcionar más datos y que no le iba a permitir entrevistar a sus inquilinos. Entonces mi empadronadora se retiró. Luego me diría que no pensaba regresar más a esa casa.

  • La mujer que ocultaba a sus inquilinos. Nos hemos topado con varios casos en los que los propietarios manifiestan que "nadie más vive en casa". En un caso específico, por cierto informe de algún vecino, nos enteramos de que una señora que postergaba indefinidamente su entrevista alojaba a algunos inquilinos. Al tratar de concertar una cita con la señora finalmente nos dio una fecha. Pero también le preguntamos "¿Y cuándo podríamos encontrar a sus inquilinos?" a lo que la mujer me respondió "¿Inquilinos? ¿Quién les ha dicho que tengo inquilinos?". "Unos vecinos". La mujer fastidiada nos respondió "Los vecinos hablan muchas cosas, muchas cosas que no saben". Supongo que muchos creen que por la informalidad con la que manejan este tema pueden ser alertadas la administración de tributos o la administración municipal.

  • El señor que nos rechazó rotundamente. Una de mis empadronadoras me había indicado que un señor le había dicho que no quería responder nada. Para la verificación del caso fui yo mismo a tocar el timbre de la vivienda correspondiente. Salió la persona y ante mi solicitud de entrevista me brindó un rotundo "No". Pero yo le mencioné que tenía que indicar algo en la ficha. Él me dijo amargo "Ponga lo que a usted le dé la gana" y cerró la puerta. Quedé satisfecho puesto que había escuchado directamente del protagonista su rechazo rotundo al empadronamiento.

  • El hombre que comenzó pero no terminó el cuestionario. En la misma manzana, luego de varios días de persistencia, ubicamos al inquilino de un departamento. El señor bajó y comenzó a responderle a una de las chicas. Pero cuando se llegó a la sección de datos personales el hombre aquél se negó a proporcionar datos: ni DNI ni teléfono ni firma ni nada. "No quiero proporcionarles mi información, no tienen por qué pedirme esto, estoy en mi derecho" arguyó.

  • El abogado y la esposa malgeniados. En una primera visita el jefe de familia le indicó hoscamente a una de las chicas que no tenía tiempo para responder en ese momento. Quería una cita para otro día. Ese otro día por algún motivo no se pudo concretar la entrevista. Pero en una fecha posterior, fui al departamento y encontré al hombre de muy buen humor, tanto que inclusive me preguntó si el perrito que tenían tambíen iba a ser incluído como miembro de la familia.

  • La familia de sordomudos. En una primera oportunidad un vecino le había indicado a una de mis empadronadoras que había un hogar con gente con discapacidad oral-auditiva. Entonces el intento de tocar la puerta no sirvió (no nos escuchaban). Pero otro día se les encontró justo por ingresar a su vivienda por lo que se les pudo abordar. El procedimiento de completar el cuestionario fue más difícil pero la escritura de preguntas en papel ayudó.

  • Las muchachas extranjeras. Cuando una de las chicas nos respondió procedimos con el inglés, al ver que no entendían nuestro idioma. Nos preguntaron si la entrevista era obligatoria. Como estrictamente no lo era les respondimos que no. Ante esta respuesta nos dijeron que entonces no iban a contestar.

  • La chica que andaba apurada. Había una chica a la que nunca se le encontraba. Un sábado en la mañana la hallamos, pero saliendo a sus actividades. Ante nuestra insistencia nos proporcionó su teléfono y pudimos completar la entrevista telefónicamente un domingo por la noche.

  • El hombre que salía muy temprano y llegaba muy tarde. Si mal no recuerdo en días feriados lo pude hallar en su domicilio. Éste no contaba con baño propio: el baño era de uso común y justo el hombre se aseaba. Aprovechando la oportunidad, mientras él andaba en sus rutinas de higiene con agua yo iba obteniendo las respuestas del cuestionario.

  • La abuela que cumplía años. Justamente una de las chicas llegó conmigo al departamento donde la simpática mujer departía con una familiar. "¿Alguna discapacidad?" "Para nada" nos respondió, se puso de pie y empezó a caminar de lo más radiante. "Mírenme, estoy muy bien".

  • La señora mayor que amablemente declinó. A diferencia del rechazo contundente narrado párrafos arriba, una señora mayor me dijo que no era de proporcionar información. Ante nuestros argumentos de que sus datos eran importantes para las estadísticas nacionales me indicó que lo iba a consultar con un familiar. Al reaparecer la señora me dijo que mantenía su posición: "diga que una vieja fastidiosa le ha hicho que no da información". Punto.

  • La mujer que salió en pijama y toalla a la calle. Luego de varios intentos fallidos logramos que una jefa de hogar nos respondiese. Lo gracioso es que nos atendió en plena calle con un atuendo para circular más bien del dormitorio al baño. Pero de todos modos el resultado fue positivo.

  • El muchacho malhumorado. Luego de que una de las chicas tocara la puerta de una vivienda le abrió un hombre relativamente joven diciendo con mala cara que volviera otro día. Prosiguiendo el recorrido, yo fui el que tocó una puerta vecina (¡que resultó ser de la misma casa!). Pasó pues que nos volvió a abrir la misma persona: "¡Ya les he dicho que vengan otro día!".

  • La profesional comprensiva. Uno de los días recorríamos una de mis empadronadoras y yo la manzana D, logrando una entrevista con la propietaria. Ésta al final nos levantó la moral (bueno, sobretodo a mi por ya tener algunas arruguitas): "me han inspirado confianza, por eso les he respondido sin problema".

  • La mujer y los gatos. Una señora respondió todo de forma normal. Pero al final, al requerirle su firma y huella digital no quiso estamparlos. Dijo: "sé de un caso donde le han hecho firmar a una conocida para un pagaré o una letra en blanco".

  • La chica malcriada. Después de varios días tratando de localizar a unos inquilinos vimos salir de la puerta principal a dos personas (mamá e hija -lo que sabríamos después-). Ante la solicitud de empadronamiento, la chica nos respondió -"No tengo tiempo". -"¿Cuándo entonces podría ser?".  -"No sé, otro día" y se fue con su mamá. En una segunda oportunidad, salió la chica sola pero al vernos volteó la cara y se puso a hablar por celular. En una tercera oportunidad pudimos abordar a la mamá sola (que se iba a una atención hospitalaria) pero no nos dio una cita definitiva. Finalmente, en una cuarta oportunidad en la que yo iba caminando por una calle transversal a la del domicilio de la señora, ésta me llamó diciéndome "Ya, venga..." y por fin se pudo dar curso al llenado de la ficha.

  • La chica que se dio la vuelta a la manzana con su carro. Vimos que salía una chica con su automóvil mientras simultánemanete tocábamos el timbre. Parece que cierta "intranquilidad" le quedó a la muchacha que iba con su amiga porque después de unos instantes estaba nuevamente ahí en su carro preguntándonos qué gestión requeríamos. Al explicar el tema pudimos concertar la deseada cita, que cumplida dio como resultado una ficha completa más.

Estas y otras anécdotas, propias y de otros miembros del distrito nos han permitido disfrutar intensamente de nuestra labor como parte del equipo que ha desarrollado este proyecto en Lima. Me atrevería a sugerir a los sociólogos y otros profesionales afines que traten de participar en proyectos próximos puesto que permiten acercarse mucho a la realidad citadina de la capital.

El equipo celebrando la finalización de recorridos