miércoles, septiembre 10, 2008

Yo vendí caramelos

En los noventas las importaciones se abrieron en el Perú. Calculo que hacia 1991/1992 participé en una sociedad anónima que se dedicó al rubro de importaciones. La gente en el país estaba entusiasmada por la variedad muy extensa de productos que comenzaron a traerse: gaseosas, shampoos, reacondicionadores, golosinas, detergentes, papel aluminio y muchas otras cosas. Parte de lo que importó la empresa fue Lifesavers (los famosos caramelos Salvavidas, pero made in Panama) en un almacén de remates en Miami. Trajimos si mal no recuerdo 28 cajas, cada una conteniendo unas 30 cajitas, cada una conteniendo unos 20 rollitos de caramelos. Es decir cada caja tenía 600 rollitos.

Con mucha emoción recibimos el cargamento en los almacenes separados para el fin. Recuerdo que la carga llegó cuando comenzaba el verano en Lima, temporada que no es una buena época para vender caramelos ni para guardarlos (el almacén cuando llegaba la tarde era un lugar sumamente caliente).

Comenzamos los contactos con los supermercados y las tiendas grandes para colocar los famosos caramelos pero casi desde el saque nos chocamos con la competencia de los grandes: nuestros precios no eran competitivos. Así que el miedo comenzó a aparecer en la oficina: considerábamos que estábamos contra el tiempo, los caramelos comenzarían a ponerse melosos por el gran calor que soportaba Lima. El siguiente paso fue atacar las galerías semiinformales que habían en diversos puntos de la ciudad: Polvos Rosados, San Borja, Magdalena, Polvos Azules. Ahí encontramos mercado pero la condición para vender los caramelos era dejarlos al crédito. Así que así se hizo. Parece mentira pero una ciudad tan grande como Lima no podía absorber las cajas sinó con un ritmo lento y hasta penoso. Posteriomente, y al comenzar el proceso de cobranzas veríamos que esto sería más penoso aún. Los compromisos de pago de los comerciantes de las galerías solían ser muchas veces mecidas (ellos se solían comprometer con muchos proveedores sabiendo que sólo a algunos de ellos podrían pagarles según lo acordado). Habría que pasar por tanto innumerables veces por cada puesto para hacer acto de presencia (y si había suerte cobrar alguito). ¿Cuántas veces me habrá tocado echar iras por el incumplimiento de los comerciantes? Algunas veces inclusive la cólera nos afectaba a mi enamorada de entonces y a mi (porque ella a veces "les quería decir su vida").

Luego de algunas semanas para apurar el proceso publicamos un aviso en el periódico ofreciendo los caramelos. El día del aviso o al día siguiente recibimos la llamada de una persona interesada. Dado que no llegó en el horario de oficina dejamos encargado el tema al vigilante del almacén (nosotros nos íbamos a jugar a la playa de Miraflores dos días a la semana). Al regreso a la oficina supimos de "la suerte" de haberse vendido tres cajas. El único problema es que el cliente había pagado con un cheque. A la mañana siguiente tuvimos "la suerte" de descubrir que ese número de cheque estaba anulado: nos estafaron. Luego de unos días tuvimos otro cliente -este sí verdadero- que se llevó algunas cajas más.

Sin embargo, aún quedaban varias cajas en el almacén y el tiempo veraniego apremiaba. Se tomó la decisión entonces de vender las "cajitas", una por una. Así que en esa época, con tal de no perder los caramelos me vi obligado a ofrecer las cajitas de 20 rollos hasta a los ambulantes de Jesús María (¿a S/.3.00?). Como estábamos contra el tiempo necesitábamos de compradores donde sea.

Finalmente nos pudimos deshacer de las golosinas, aún cuando perdimos algo por la estafa y el remate final. Pero quedamos con la satisfacción de haber pasado por experiencias que jamás pensamos vivir, en una extraña mezcla de formalidad con informalidad, como tanto pasa aún en el país lamentablemente.